Presente lo tengo yo

El agonizante

El agonizante
Periodismo
Septiembre 10, 2020 19:47 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

Es añosa la casa, y amenaza ruina. Está en la parte sur de Saltillo, en las antiguas huertas que llamaban de Lourdes. No es en verdad una casa: la finca es resto de una que fue, o iba a ser, fábrica. Sus dueños la cedieron a la Iglesia, que la usa como casa de vacaciones. Ahí vienen a descansar cada año, en los meses del verano, los seminaristas de Monterrey.

Es muy pequeño el cuarto. Está bajo una escalera. Así, la pieza semeja una covacha. Para entrar en ella hay que bajar la cabeza, pues si no hace eso quien entre se dará un golpe en la cabeza. ¿Para qué serviría antes el cuartucho? Quizá para guardar herramientas. En todo caso no fue hecha para aposento de personas.

Por la escalera suben y bajan los seminaristas que están de vacaciones. Transcurre el mes de julio de 1952. Los muchachos gritan y ríen; sus pasos suenan sonoros en los peldaños de madera y en las baldosas de los corredores. Nadie les ha pedido guardar silencio ni evitar hacer ruido con sus juegos. Pasan frente a la puerta del cuartillo y ni siquiera miran hacia su interior.

Miremos nosotros. El cuarto, lo dije ya, es de muy reducidas dimensiones. En la pared, frente a la entrada, hay un ventanuco con cuatro vidrios opacos. Las maderas de la ventana alguna vez estuvieron pintadas de color café. Tiene una cortinilla que no sirve, deslucida y desgastada. Por esa ventana se ven las ramas de los árboles y un pedazo de cielo. A lo lejos se recorta el perfil de la sierra de Zapalinamé.

Las paredes de la pieza, blancas, están pintadas con cal. El encalado no es reciente, y muestra las huellas del tiempo. El piso, de ladrillos de barro, se cubre malamente con los restos de una alfombra vieja y rota. Nadie podría adivinar de qué color fue alguna vez la dicha alfombra. Sobre la pared del lado izquierdo hay un crucifijo, y frente a él un cromo de la Virgen de Guadalupe. Los colores de la imagen han sido borrados por el sol.

En el lado derecho de la pieza hay una cama. La cama está empotrada en el hueco que dejó una puerta clausurada. Es muy vieja la cama, de esas que llaman de latón. Su cabecera es alta. A la derecha han puesto un buró y al otro lado una mesita. Sobre la mesita hay un crucifijo barato; sobre el buró se ven algunas medicinas y un vaso con agua.

En el lecho está un hombre. Es un anciano. Su cabeza descansa sobre una almohada blanda, de modo que la figura del anciano aparece desvaída. Está cubierto con una sábana blanca y dos cobijillas, una de color rosa, la otra azul. Sobre las cobijas se ven los brazos intensamente pálidos del anciano, lo mismo que sus manos, afiladas. La tez del hombre es también como de cera; sus labios presentan un tinte violáceo.

El 7 de julio este hombre llegó a Saltillo. Venía muy enfermo. Tanto, que hubo de hacer un viaje a Monterrey a fin de consultar a los doctores. Regresó el 15 con las medicinas que ellos le recetaron. Traía un grave malestar que atribuyó al mareo del camino. Un médico de Saltillo fue llamado, y tras examinar al paciente diagnosticó una infección intestinal. Se equivocaba. El anciano estaba siendo llamado por la muerte. De la cama en que estaba sólo iba a salir para ir al sepulcro.

¿Quién era aquel hombre que agonizaba en una vieja casa, en las huertas de Lourdes, en Saltillo? (Seguirá).

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