Seminario de Cultura Mexicana
Corresponsalía Texcoco, Estado de México
En este mes de la patria, septiembre, hay días por demás ’patrióticos’. De acuerdo con la historia oficial está el 13 de septiembre, día de la toma del Catillo de Chapultepec, los niños héroes y demás; el 15 de septiembre, el grito de independencia, el cura Hidalgo y al otro día el desfile militar. Los más versados saben que un 15 de septiembre se cantó por vez primera el himno nacional. Pero hay otras fechas soslayadas por esa historia que bien valen recordarse, como, por ejemplo, el 23 de septiembre. Veamos sólo tres eventos que pasaron ese día en diferentes años:
OPERACIÓN ’P’
En 1956, siendo presidente de la República el licenciado Adolfo Ruiz Cortines, hubo un movimiento estudiantil, en el que los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN) se declararon en huelga. Las demandas estudiantiles de ese movimiento eran académicas: mejoramiento de los talleres, ampliación de la semana de clases, creación de más instalaciones y una propuesta de ley orgánica para el IPN, entre otras.
A lo largo de la huelga se pidió la destitución del Director General del Instituto lo cual se logró, pero en su lugar fue nombrado el ingeniero Alejo Peralta y Díaz Ceballos, millonario egresado de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME), que con mínima sensibilidad académica decidió cerrar el internado del IPN. Lugar en donde se consideraba estaba el semillero de la ’disidencia’, de la ’insurrección’.
Aparte de esas consideraciones oficialistas, en el internado del IPN se albergaban unos mil estudiantes, y en donde el único requisito para ingresar era provenir de cualquier estado de la República y estudiar en el Poli. El internado, aunque era para todas las clases sociales, albergaba principalmente a estudiantes de clase media hacia abajo; no debía haber reprobados, no se podían adeudar materias y solo en el caso de estudiantes en niveles superiores, se tenía la flexibilidad de adeudar una materia. Existía un gran ambiente de camaradería entre los internos; y se recibía asesoría a todas horas. En cuanto a la vestimenta, el IPN les daba a sus internos mil pesos al año para que adquirieran las mejores ropas. Además, había un comedor y nunca faltaba la comida.
El modelo de educación del IPN era tan bueno que al no haber lugar en donde internar a tantos estudiantes de provincia, el Estado había creado la Casa del Estudiante de los Estados en las cercanías del Casco de Santo Tomas. Existía una organización de estudiantes dentro del internado para administrar las actividades, deportivas, culturales y otras. Claro, existían también las ’gaviotas’, que sin ser estudiantes eran parte de los internos y participaban en las actividades de los alumnos.
El 23 de septiembre de 1956, a las 5:10 horas de la madrugada, el ejército, puso en marcha la ’Operación P’, con la cual, al toque de clarín, bayonetazos y culatazos, despiertan a los estudiantes y son desalojados del internado del IPN. A las once de la mañana el director, Alejo Peralta, anuncia el cierre del internado y que a cada estudiante de buenas calificaciones se le entregaría una beca para continuar con sus estudios. Al resto nada.
La operación duro hasta las dos de la tarde, obligando apresuradamente a hacer maletas a cada uno de los internos. El internado quedo bajo el resguardo del ejército. Los estudiantes tomaron los edificios cercanos para pasar la noche y esperar inútilmente que volvieran abrir el internado o les dejaran sacar el resto de sus pertenencias. La gran mayoría de los internos tuvieron que dejar de estudiar y regresarse a sus tierras; y a los líderes estudiantiles, se les apresó en el penal de Lecumberri por dos años, acusados de disidencia social; sin embargo, otros tomaron su lugar terminando la huelga hasta octubre de 1956. Al salir de la cárcel los dirigentes estudiantiles quisieron retomar sus carreras en el IPN, pero había la orden de prohibirles su reinscripción.
El internado se convertiría después en el recinto de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del IPN, y nunca más se volvería a abrir internado alguno para el Poli.
CIUDAD MADERA
Años después y en otras latitudes, pero sin salir de México, surge el primer brote armado en nuestro país que pudiéramos llamar guerrillero. Las últimas guerrillas registradas en México habían sido las de algunos cristeros que no las movían más que un fanatismo desmedido promovido por algunos religiosos de ranchería allá a finales de la década de los veinte y principios de los treinta. Esta nueva guerrilla era muy diferente, obedecía a serias demandas e injusticias sociales.
En 1963, Chihuahua era la entidad en donde se asentaban los más grandes latifundios del país. Para el gobernador de ese estado, Práxedes Gimer Durán, los latifundios ganaderos ayudaban al desarrollo económico de la entidad por la gran demanda de carne por parte del mercado estadounidense. El campo, en cambio, estaba abandonado; había un retraso en el reparto agrario, 50 mil hombres carecían de tierras, 400 solicitudes para crear nuevos centros poblacionales estaban en ’trámite’ desde hacía dos décadas; los ejidos carecían de asesoría, fertilizantes, maquinaria y demás insumos; y el principal producto agrícola, el algodón, lo explotaba la compañía extranjera Anderson and Clayton. En 1964, la situación empeoró en el campo al suspenderse el Programa Bracero.
En los bosques y pastizales la situación era más grave, estaban devastados por sus dueños: banqueros, comerciantes, industriales y políticos allegados al gobernador. La empresa más privilegiada en este sector era Bosques de Chihuahua, que contaba con 1.2 millones de hectáreas de bosques y pastizales que colindaban con Ciudad Madera.
Los caciques, los terratenientes o sus guardias blancas, impunemente y con frecuencia, despojaban de sus tierras a los campesinos, los desalojaban de sus comunidades, violaban a sus mujeres, los asesinaban o los encarcelaban por manifestar cualquier resistencia.
En Ciudad Madera, los caciques eran especialmente poderosos debido a que se unieron para formar la empresa ganadera Cuatro Amigos, vinculada con el gobernador del estado.
En ese escenario, se inició una lucha por la tierra liderada por la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM), organización surgida del Partido Popular (PP) a finales de los cincuenta para organizar a las masas. Este partido evolucionaría después en el Partido Popular Socialista (PPS). En Chihuahua, este partido estaba encabezado por Álvaro Ríos, y en Ciudad Madera los líderes del mismo eran Arturo Gámiz y Salvador Gaytán.
En esa entidad, una de las modalidades del activismo político apoyado por la UGOCM, el PPS y las normales rurales, fue la toma de tierras pertenecientes a los grandes latifundios disfrazados de pequeñas propiedades. Esta lucha por la tierra provocó una reacción violenta de los caciques.
En octubre de 1963, Arturo Gámiz propuso articular políticamente a las diferentes fuerzas de la izquierda (UGOCM, PPS y líderes de las normales rurales) y se realiza un Primer Encuentro en la Sierra. A este encuentro, que se llevó a cabo en la Sierra Heraclio Bernal en Cebadilla de Dolores municipio de Madera, asistieron doscientos delegados de cinco entidades federativas; y aunque se discutió el enfrentamiento armado como táctica de lucha, la mayoría de los asistentes decidieron continuar sólo con la toma de tierras.
El gobierno apresó a Arturo Gámiz y las protestas populares se iniciaron. Más de medio centenar de normalistas fueron apresados. Por su parte, los caciques, iniciaron la cacería de líderes campesinos, al grado de llegar a colgar a un niño de doce años de edad, sobrino de Salomón Gaytán.
El encarcelamiento de Arturo Gámiz y los asesinatos que cometían los caciques orillo a Salomón Gaytán y a un grupo de aliados a hacerse justicia por propia mano. Primero volaron un puente de la familia Ibarra, familia de terratenientes; luego ajusticiaron a Florentino Ibarra. Y cuando Arturo Gámiz salió de la cárcel se unió al grupo y se internaron en la sierra. De esta forma, Arturo Gámiz se convierte en el ideólogo de la primera guerrilla en México y Salomón Gaytán en el jefe de las operaciones armadas del autonombrado Grupo Popular Guerrillero (GPG).
A principios de 1965, el médico Pablo Gómez, un dirigente del PPS, decide sumarse al grupo armado y junto con Arturo Gámiz se convierten en los líderes políticos de la guerrilla. En ese tenor, el GPG organiza un Segundo Encuentro en la Sierra, en Torreón de Cañas, al Norte del estado de Durango. En ese encuentro desde una visión marxista se analiza la situación nacional y mundial y se propone el camino de las armas para lograr profundas modificaciones en la lucha de clases en México.
En mayo de 1965, el GPG enjuicia públicamente al cacique Emilio Rascón en Cebadilla de Dolores y lo hacen firmar un cheque por $600.00 en beneficio de la escuela (previamente destruida por gente de los caiques); luego destruyen la fábrica de licor de Roberto Jiménez, acusado de asesinar a una joven, repartiendo la producción entre los obreros; además, quemaron la lista de deudores y se enfrentaron contra una partida de soldados, liberándolos después de desarmarlos.
En junio de 1965, el grupo armado viajó a la Ciudad de México para entrenarse con un personaje de nombre Lorenzo Cárdenas Barajas, capitán o ex capitán del ejército, que afirmaba haber entrenado a Fidel Castro durante su estancia en México. Todos los grupos que este personaje entrenó fueron disueltos por el gobierno.
Retornan a Chihuahua y el 23 de septiembre de 1965, por la madrugada y aún a obscuras, trece guerrilleros del GPG llegan sigilosamente al Cuartel Militar de Ciudad Madera, municipio de Madera, para atacarlo.
Uno de los guerrilleros se queda en el camión que los transportaba, en la retaguardia, los demás se colocan en los cuatro puntos cardinales. Al de menor edad, lo ubican en el lugar más alejado y seguro; cuatro se ubican en la casa redonda del ferrocarril, cuatro más se apostan en las afueras de la iglesia y la escuela; y los tres restantes se acomodan en el terraplén de la vía férrea frente a las barracas de los soldados.
A las 5:45 de la mañana y todavía obscuro, salen de una barraca un grupo de militares y al poco tiempo se desata la balacera. Los soldados se tiran al suelo al tiempo que se oye gritar: ¡Ríndanse! ¡Están rodeados! ¡Ríndanse! Pero del interior de las barracas salen apresuradamente los soldados con sus armas en mano y disparando en todas direcciones y los soldados que estaban pecho tierra se incorporan al contraataque. El Sol empieza a salir y urge una retirada. El grupo guerrillero resiste, arrojan sus bombas de fabricación casera y granadas. El tiroteo se prolonga por hora y media y cuando intentan replegarse ya no les es posible, los tronidos ahogan la orden de retirada y, un grupo de soldados logra cercarlos por detrás. Uno a uno van cayendo los integrantes del GPG.
Sólo lograron escapar Guadalupe Escóbel, Florencio Lugo, Ramón Mendoza, Francisco Ornelas y Matías Fernández. Allí murieron el médico y profesor normalista Pablo Gómez Ramírez; el director de la Escuela Rural Federal de Ariséachic, Miguel Quiñones Pedrosa; el profesor normalista Rafael Martínez Valdivia, el estudiante normalista Óscar Sandoval Salinas, los campesinos Salomón Gaytán Aguirre y Antonio Escóbel, el estudiante Emilio Gámiz García y su hermano el profesor normalista Arturo Gámiz García.
El parte oficial del asalto guerrillero fue de diez soldados heridos y seis muertos, aunque los pobladores aseguraban que hubo 25 muertos y 35 heridos. Los soldados caídos fueron sepultados con honores y los cuerpos de los guerrilleros fueron arrojados a una fosa común. El cura del pueblo, Roberto Rodríguez Piña, les negó la bendición. Solamente el cuerpo de Antonio Escóbel fue rescatado por sus familiares.
El plan original para tomar el Cuartel Militar de Ciudad Madera contaría con 31 guerrilleros divididos en tres grupos: uno conformado por una docena de lugareños y campesinos de Sinaloa, comandados por Salvador Gaytán; otro, integrado por cuatro estudiantes de la Universidad de Chihuahua y dos campesinos; y el tercero, compuesto por trece personas, mandado por lo líderes del GPG. De los tres grupos, solamente participó en el asalto el tercero; el primer grupo, traía el grueso del armamento, pero nunca pudo cruzar los ríos crecidos por las lluvias; y el segundo, nunca logró hacer contacto con los otros.
La acción era parte de las tácticas militares recomendadas en el manual Guerra de Guerrillas de Ernesto Che Guevara para ejecutar acciones de golpeteo para incrementar la acumulación de fuerzas y pertrechos. La idea era realizar un asalto relámpago para obtener armamento, tomar la población, expropiar el banco local y transmitir un mensaje revolucionario a través de la radioemisora local e internarse de nuevo en la sierra.
El sacrificio de los guerrilleros impactó a los activistas en toda la República y el suceso se volvió emblemático de la guerrilla en México y varios grupos se inspiraron en éste para levantarse en armas. Uno de los primeros fue el del periodista Víctor Rico Galán, militante del Movimiento de Liberación Nacional (MLN), que en pleno proceso de formación fue desmantelado. Dos grupos fueron creados por integrantes que habían estado en el plan de ataque al Cuartel de Madera, pero que no pudieron participar y se sentían con el compromiso de retomar la causa. Uno fue el Movimiento 23 de Septiembre, creado por estudiantes de Chihuahua, entre los que se contaban Pedro Uranga Rohuana, Saúl Ornelas; Jacobo Gámiz, hermano de Arturo Gámiz; y dos mujeres, Martha y Margarita. Este grupo buscó articularse en Guerrero con Lucio Cabañas, pero no lo logró. El Movimiento fue finalmente desarticulado en enero de 1967 y sus miembros apresados. Jacobo Gámiz, logra evadirse y se une a Lucio Cabañas cuando éste último decidió tomar las armas.
El otro grupo lo creó Óscar González Eguiarte, compañero de Arturo Gámiz en las juventudes del PPS. González Eguiarte reclutó a jóvenes del Partido Comunista Mexicano (PCM), a ex miembros del grupo de Arturo Gámiz, a varios campesinos y a un indígena tarahumara de apellido Balboa o Borboa; y se autodenominaron Grupo Guerrillero del Pueblo Arturo Gámiz, cuya primera acción fue ajusticiar al terrateniente ramón Molina el 7 de agosto de 1967.
Casi un año después, los guerrilleros deciden atacar el rico Aserradero El Salto de Villegas en Tomochic, una de tantas empresas madereras beneficiadas por el gobierno para explotar los bosques. La empresa había incumplido con los compromisos adquiridos con las comunidades rurales desde hacía tres años de proporcionarles madera para viviendas de los ejidatarios, construir un molino para uso de la comunidad, arreglar la escuela y asistencia médica. Por el contrario, la compañía recurría a sus guardias blancas para atemorizar a los campesinos y obligarlos a pagar todo servicio, como la atención médica por accidentes de trabajo. Ante este panorama, los ejidatarios en un acto desesperado impidieron la salida de la madera de la empresa, pero sus dirigentes fueron encarcelados. Por esta situación la empresa estaba en la mira del grupo guerrillero.
El 19 de julio de 1968 los guerrilleros incendiaron el aserradero y la prensa se concretó a publicar el boletín de la Secretaría de la Defensa Nacional que responsabilizaba a un grupo de delincuentes de la acción. Paralelamente, el ejército ordena la movilización de unos seis mil soldados procedentes de Chihuahua, Sonora, Durango, Sinaloa, Nuevo León y el Distrito Federal para rastrear a los guerrilleros, quienes ignoraban la movilización en su contra.
A principios de agosto van en retirada hacia Sonora y el día 9 de ese mes, en Yoquivo, Sonora, son descubiertos y delatados por Nepomuceno Parra, hijo del presidente municipal del pueblo. Un helicóptero aterriza y se desata un tiroteo en el que muere el piloto. Los guerrilleros incendian el aparato y apresan a un teniente coronel, al que desarman y dejan en libertad con un mensaje para el gobierno. Este incidente agudiza la búsqueda de los guerrilleros y el 23 de agosto cae Carlos Armendáriz, de 16 años de edad. La cacería continúa y el 8 de septiembre es abatido José Luis Guzmán Villa, de 23 años de edad. Al día siguiente, los cuatro sobrevivientes acampan en las afueras del poblado de Tezopaco, Sonora. Acorralados, sin parque, agua y alimentos, Óscar González Eguiarte y el indígena tarahumara, deciden adentrarse en el poblado para pedir ayuda y son apresados por elementos del XVIII Regimiento de Caballería.
Entonces Escóbel y Gaytán huyen y bajando a un cruce se encuentran con un convoy de soldados y allí mismo son abatidos. Los cadáveres fueron llevados a Tezopaco y arrojados a sus compañeros apresados, quienes fueron torturados, les hicieron caminar sobre arena caliente, a uno le cortaron la lengua y le sacaron los ojos y al otro le rebanaron las plantas de los pies, luego los fusilaron. Así se cerró la primera oleada de grupos armados rurales mexicanos.
La prensa no dio cuenta de esta violencia en la sierra, estaba entretenida nublando y tergiversando los acontecimientos en la capital del País: El Movimiento Estudiantil del 68.
Pero a pesar de este violento final, el ataque al Cuartel de Madera trascendió más allá de esos primeros grupos guerrilleros. Al poco tiempo se formaron los Comandos Armados de Chihuahua y el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR); después, elementos de estas dos asociaciones crearon el MAR 23 de Septiembre. Así mismo, inspiró a la mayor guerrilla urbana mexicana que honró con su nombre a aquel fatídico ataque: Liga Comunista 23 de Septiembre, nacida el 15 de marzo de 1973.
PORROS 1968
A mediados de 1992 laboraba en una fábrica de partes automotrices en los Reyes la Paz, Estado de México. El dueño de la empresa me comentó que se contrataría a alguien para gerente de control de calidad. Me dijo también que era un buen tipo y que a pesar de que había sido un porro en el 68 era muy amable, tranquilo y trabajador. Y así fue. Hice buena amistad con esa persona, era un ingeniero egresado de la ESIME del Instituto Politécnico Nacional (IPN).
En una ocasión que se averió un molde fuimos juntos a un taller que se encontraba por el rumbo de Popotla para que lo repararan. Este ingeniero iba manejando y tomó unos atajos que nos llevaron a pasar por el Casco de Santo Tomás del IPN y por unas calles aledañas al mismo. Al pasar por una de esas callejuelas, me dijo: Mira la pared de esos departamentos. ¿Ves? Tiene todavía unos agujeros. Fueron hechos por los disparos del ejército y la policía.
Sabiendo que él había sido un porro, aproveché la ocasión para que me platicara al respecto, ya que a pesar de que habíamos hecho buena amistad, nunca habíamos tocado el punto; así que le dije: ¿Y qué? Seguramente tú estuviste aquí.
Y empezó a contarme: ¡Sí! Aquí hubo una matazón. Fue por la tarde y noche el 23 de septiembre de 1968, un día antes de que el ejército y los granaderos tomaran el Casco de Santo Tomás. Se habían juntado los alumnos y ahí andábamos revueltos. Al dispersarnos los granaderos muchos corrimos por esta calle, pero al entrar aquí nos salieron más granaderos, policías y civiles armados por las dos boca-calles y nos empezaron a disparar a todos. Los vecinos, al ver como mataban a los alumnos les gritaban que se escondieran en los negocios o en sus casas. A esos departamentos se metieron una bola de canijos y luego los vecinos cerraron sus puertas y ya no dejaron entrar a los granaderos. Eso les salvó la vida, pero empezaron a tirarle al edificio y a las ventanas de los ’depas’.
Y le dije: Pero tú eras de los del gobierno. ¿O no? Y me contestó: Sí, pero en esa refriega estábamos todos revueltos y los disparos no distinguían bando, aquí cayeron varios porros junto con estudiantes e incluso con gente de la cuadra.
Hizo una pausa y luego siguió contándome: Yo y unos compañeros del Poli nos clavamos de volada en un negocio. No me acuerdo si era una tienda de abarrotes o una zapatería, todo fue bien rápido. De lo que sí me acuerdo es que ya adentro del negocio había un par de chavas acuclilladas atrás del mostrador y hasta ahí fui a dar. También estaban ahí dentro cinco o siete jóvenes agachados en el piso. De inmediato, el dueño del changarro o un empleado de ese negocio bajó la cortina y apagó la luz; y ahí nos quedamos toda la noche.
Continuamos por esa calle rumbo al taller en donde nos arreglarían el molde y antes de doblar una esquina siguió con su relato: Afuera se oían los disparos, los gritos y los taconazos de las botas de los polis y los militares. De cuando en cuando se oían golpes en la cortina. No supimos si eran de gente que ahí se iba a estrellar o de culatazos de los sardos. No dormimos nada. Al día siguiente, muy de mañana, como a las cinco o las seis, el amigo del negocio se animó a abrir la cortina y nos salimos. Lo primero que vi fue el edificio ese (y me lo señaló) con los tiros en la pared y los cristales de las ventanas rotos. Las chavas se fueron de inmediato agarradas del brazo. Ni media palabra dijeron. Yo estaba bien adolorido y fue cuando me di cuenta de que toda esa noche había estado también en cuclillas junto a esas tipas.
Luego hizo otra pausa y continuó: Los estudiantes con los que pasé esa noche comentaban y decidieron ahí formar o juntarse con un grupo armado porque después de esa matanza estaban convencidos de que esa era la única forma de ’comunicarse’ con el gobierno y cambiar las políticas gubernamentales. Me invitaron y les dije que no me animaba. Finalmente, esos compas, al día siguiente agarraron su camino y ya no supe más de ellos.
Como ya estábamos cerca del taller cambiamos la plática y nos centramos en las condiciones mecánicas del molde y las negociaciones que tendríamos que hacer para lograr que nos lo arreglaran a crédito. Dejamos finalmente el molde en el taller y de regreso volvimos al tema. Y le pregunté: ¿Oye, y a esos estudiantes con los que estuviste en ese negocio, no los delataste? Y me contó: No. Además de que nunca más los vi, ya era demasiado. La matanza de esa tarde, esa nochecita de miedo y luego la toma del Poli al siguiente día y de las masacres que luego siguieron fueron más que suficientes para mí. Después del dos de octubre me dediqué solamente a negociar con los choferes de los camiones de los ’chescos’, de las ’sabritas’ y los de ’marinela’ para que le entraran con su cuota en especie para dejarlos repartir sus cochinadas. Siempre teníamos en la escuela la despensa llena de todo. Otros sí siguieron bien manchados.
Luego, él, me preguntó: ¿Y qué onda en Chapingo, ahí cómo fueron las cosas y cómo se portaban los porros?
Y le conté: En 1968 yo todavía no ingresaba a Chapingo, estaba en tercero de secundaria, en la ESFIR, y como estudiante lo más cerca que estuve del Movimiento Estudiantil del 68 fue cuando los alumnos de la ENA iban, con el permiso de la directora de la secundaria, la maestra Catalán, a informarnos cómo estaban las cosas, cosas que en ese momento no entendía ni me interesaban; nos repartían unos volantes, que por cierto nunca leí; también nos pedían cooperación para el Movimiento. Fue cuando ingresé a Chapingo que empecé a enterarme de cómo había esta ese Movimiento. Y sabes, creo que realmente nunca hubo porros en Chapingo, y si los hubo no se dedicaban a bajarle las mercancías a los camiones o a atracar estudiantes. Allí las cosas fueron muy diferentes. A pesar de que ya había pasado ese Movimiento, estábamos bien infiltrados, pero más que nada por militares y agentes de gobernación. Conmigo ingresó un chavillo con el que hice buena amistad y de repente dejó de ir a la Escuela. Pasado el tiempo lo volví a ver cubriendo un evento internacional vigilando a unos cubanos. Allí nos reconocimos y saludamos; y me contó que desde que estaba en Chapingo trabajaba para Gobernación. También, varios soldados del destacamento de ’chutas’, paracaidistas de la Base Aérea de Santa Lucía, habían ingresado como estudiantes o como empleados. Uno, incluso, se quedó a trabajar en Chapingo y se casó después con una muchacha que era secretaria de la Escuela. Otros, eran del batallón de artillería o blindados de San Juan Teotihuacán. Uno de ellos, por ejemplo, llegó hasta el cuarto año en la especialidad de Bosques. Recuerdo también que uno de los ’chutas’, trabajaba en Parasitología Agrícola y luego ingresó a la Interpol. Lugo supe que en esa corporación lo mataron.
Y seguí contándole: Sabes, uno de esos compas me dijo que, durante el Movimiento Estudiantil del 68, el ejército al único contingente de estudiantes que le tenía cierto respeto y digamos precaución, era al de Chapingo, porque era el único grupo estudiantil con algo de instrucción militar y con arsenal de cargo. Fue por eso que en una madrugada de un día de 1968 como a las cuatro de la mañana, un comando de soldados se presentó en la casa del Jefe del Departamento de Inventarios, allá en la Unidad ISSSTE, frente a Chapingo, y lo sacaron para que los guiara a la Escuela a los sótanos en donde estaba todo ese arsenal. Los soldados se llevaron todo el armamento, hasta las bayonetas y los espadines, solamente dejaron la banda de guerra y la escolta.
Pues bien. Esa matanza de estudiantes en aquel 23 de septiembre de 1968 fue otro más de los casos soslayados por la prensa nacional. Al poco tiempo nuestro gerente de control de calidad dejó de laborar en la fábrica y yo abrí una especie de filial de la misma en Cuautlalpan, de donde al poco tiempo también renuncié para integrarme, a finales de 1993 e inicios de 1994, al equipo de trabajo del ingeniero Héctor Terrazas, que acababa de ser nombrado presidente municipal de Texcoco. No volví a ver al amigo, al ex porro.
FUENTES DE INFORMACIÓN
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Círculo de Estudios de la ENCB. 2010. Hoy 23 de septiembre - 54 años de la ocupación militar. Círculo de Estudios de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas. Disponible en: http://circuloestudiosbiologicas.blogspot.com/2010_09_01_archive.html
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Huerta P., R.A. 2010. Efemérides de los Estados Unidos Mexicanos. Instituto Veracruzano de la Cultura. Colección Bicentenario-Centenario. Veracruz, Veracruz. México. 358 p.
Huerta P., R.A. 2012. Un 23 de septiembre: Operación ’P’; otro 23 de septiembre: Madera; y otro más: Porros 1968. Impresión electrónica. Consejo de la Crónica Municipal de Texcoco. Texcoco, México. 9 p.