Presente lo tengo yo

Increíble, pero desierto

Increíble, pero desierto
Periodismo
Octubre 04, 2020 17:48 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com


Juro que quien me contó lo que voy a contar me juró que es cierto lo que le contaron, pues así se lo juraron a él.

Sucedió en una ciudad del centro del País. Cierta señora que hacía la limpieza de su casa vio una cucaracha dentro de la taza de baño. Prestamente fue a la lavandería y trajo un poderoso insecticida en aerosol, con el cual roció al insecto. No pareció hacerle efecto la rociada al bicho, de modo que la señora redobló la rociada y luego roció una vez más. La cucaracha dio ciertas señales de hallarse apendejada –¿así se dice? –, pero no muerta. La señora aplicó el fortísimo aerosol una vez más. La cucaracha siguió moviéndose. Entonces la señora, ya irritada, le dejó caer todo el letal vapor que quedaba en el tubo.

No me extraña la resistencia del animalejo. Allá por los años sesenta del pasado siglo, cuando la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la URSS, se proyectó una película documental que tuvo mucho éxito. Se llamaba ’La Crónica Hellstrom’. En ella se daban a conocer los resultados de una investigación hecha por científicos aficionados a la futurología. Según ellos, el mundo estaba en inminente trance de acabar por causa de una explosión atómica, a la cual seguirían muchas otras. La especie humana iba a desaparecer de la faz de la Tierra y con ella todas las demás criaturas animadas. La escena final de la película mostraba un paisaje desolado, un páramo estéril. Hagan ustedes de cuenta un ejido. Se aproximaba la cámara a aquel polvo grisáceo sin traza de haber albergado vida alguna vez. De pronto se veía un leve movimiento en aquel polvo. Seguía una pausa cargada de tensión y luego emergía triunfalmente una cucaracha, único ser que había sobrevivido a la catástrofe nuclear.

En efecto, según los enterados, ni Rasputín tuvo la resistencia de las cucarachas. El príncipe Yusúpov, ya se sabe, le dio a beber al monje loco un litro de cianuro; le administró medio kilo de estricnina en galletitas; le propinó cuatro balazos, uno de ellos en parte que no es para nombrarse, y luego arremetió contra él a puñaladas, tras de lo cual lo arrojó a uno de esos ríos rusos que salen en las canciones: el Volga, el Ochichornia, alguno de esos. Se fue al fondo el maldecido Rasputín, pero volvió a salir y le hizo al príncipe Yusúpov una seña obscena.

Pero estoy apartándome de mi historia. Mi historia no tiene nada que ver con Rasputín, ni con la Guerra Fría. Tiene que ver con una cucaracha. Y, más que con esa cucaracha, con la señora que la roció en la taza del baño con un litro de poderoso insecticida. Corrijo: tampoco tiene que ver mi historia con esa señora. Tiene que ver con el señor de esa señora.

Llegó a la casa el dicho señor y fue derecho al baño, a pagar un obligado censo mayor a la Naturaleza. Se sentó donde es menester sentarse en esos casos, y abrió un periódico para leerlo. A fin de hacer más grata la lectura encendió un cigarrillo. Todo habría salido bien si no es porque al señor se le ocurrió la infortunada idea de echar a la taza el cerillo encendido, haciéndolo pasar entre sus piernas. La taza estaba llena del poderoso insecticida en aerosol.

¡Booom!

¿Qué más puedo decir aparte de ¡Booom!? Creo que nada. Hay cosas que más vale no decirlas.

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