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Kennedy, Petro y las noches que construyen o destruyen presidentes

Kennedy, Petro y las noches que construyen o destruyen presidentes
Política
Noviembre 24, 2025 20:06 hrs.
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Alberto Carbot › tabloiderevista.com

Cómo un pago de 40 euros en un table dance portugués, terminó convertido en una reflexión ’espiritual’ sobre erotismo y transparencia del presidente colombiano.

La revelación financiera que expuso una visita al ’Ménage Strip Club’ de Lisboa y su insólita respuesta poética Entre la leyenda y la ironía: John F. Kennedy, Gustavo Petro y las noches que construyen o destruyen presidentes Alberto Carbot Para justificar y desmarcarse de los señalamientos que lo vinculaban con el narcotráfico y le atribuían una fortuna oculta, el presidente colombiano Gustavo Petro reveló el pasado 20 de noviembre sus movimientos financieros personales —declaraciones patrimoniales y gastos entre 2023 y 2025—, todo ello bajo la presión directa de las sanciones estadounidenses. La operación parecía avanzar sin contratiempos hasta que, entre los documentos difundidos, emergió un dato inesperado: un pago de entre 40 y 50 euros —aproximadamente unos 850 a mil pesos mexicanos, registrado en el Ménage Strip Club, ’La casa del desnudo’ ubicado en un concurrido y popular sector de Lisboa, a unas 5 cuadras de uno de los muelles sobre el río Tajo—, correspondiente a mayo de 2023. Las redes sociales hicieron lo que mejor saben hacer: viralizar la anécdota. Y Petro, consciente de que la conversación ya se le escapaba, respondió desde su cuenta de X —antes Twitter—, con un texto que buscó elevar la escena a un plano casi místico: ’Hay dos cosas que he aprendido en la vida, a no acostarme con mujer de la que no nazca nada en mi corazón, y a no comprar el sexo cuando aún soy capaz de la seducción y de la poesía. Siempre hay que combinar la sexualidad con la cultura, eso se llama erotismo. Te lo aconsejo. ’Ahora bien, si logras que la energía tuya y del universo recorra todas las células de tu compañera, logras, creo, la máxima posibilidad vital del ser humano. Eso no se puede comprar. Así que no te equivoques conmigo’. Sinceramente, el aporte de Petro no es menor: intenta elevar la escena, rescatarla del lodo del recibo y vestirla con un barniz de sensibilidad que a él le resulta natural. Habla de energía, de corazón, de erotismo como cultura, y lo hace con esa convicción casi mística que algunos hombres mayores de cincuenta años, suelen invocar para demostrar que la intimidad no se compra. Pero una cosa es la afirmación íntima, y otra el uso público del argumento como escudo en plena tormenta digital. Petro pretendió desplazar la mirada: que nadie se detuviera en los 40 euros, sino en la supuesta nobleza espiritual con la que asegura vivir sus relaciones. Un giro discursivo hábil, sí, pero que, expuesto a la luz fría del pagaré, subraya el contraste incómodo entre la teoría elevada y la práctica registrada por la terminal bancaria. En junio de 1963, John F. Kennedy visitó Berlín Occidental en plena Guerra Fría y pronunció su célebre frase Ich bin ein Berliner, ’Yo soy un berlinés’. Fue un acto simbólico de enorme carga emocional y política. En torno a esa visita surgieron las leyendas que alimentaron su mito. Se dice que Kennedy, protegido por su equipo, una noche logró escabullirse del hotel General von Steuben —ahora conocido como Dorint Pallas Wiesbaden—, en un carrito de lavandería donde se transportaba la ropa de cama, para internarse en un club nocturno alemán. Ningún agente del Servicio Secreto, ningún asistente ni periodista lo confirmó jamás. Todo pertenece al territorio del rumor, de la leyenda urbana, pero aun así, ensancha la figura del carismático presidente. Seis décadas después, en mayo de 2023, el colombiano Gustavo Petro visitó Lisboa, Portugal, y en esa estancia quedó registrado un gasto personal en el Ménage Strip Club. Aquí no hay mito: sólo un recibo, un registro pequeño, certero, verificable. La ironía es contundente: Kennedy construyó su leyenda a partir de gestos discretos y Petro debe lidiar con un hecho común convertido en escándalo. Kennedy nunca habría necesitado justificar su noche; en cambio, Petro la potenció con un verso. El poema de Petro —ese texto sobre el corazón, la energía y la seducción como fuerza vital—, obviamente funciona como acto de defensa y de autoimagen. En otro contexto habría quedado como un principio personal respetable, pero aquí terminó convertido en meme viral y notas de prensa. La revelación de sus gastos no fue un acto espontáneo de transparencia, sino que respondió a acusaciones graves, a presiones políticas y a la amenaza de nuevas sanciones. En ese ambiente, el pago de 40 euros se convirtió en símbolo del poder cuestionado, de la vulnerabilidad del líder, de la grieta entre la narración elevada y del acto registrado en un váucher. Frente al Kennedy cuya estatura creció con cada rumor —incluso los inverificables, que hoy son leyendas sólo superadas por las hazañas del envidiado galán Mauricio Garcés —, Petro queda en la posición opuesta, y su pequeña y hasta ridícula transacción, amplifica la percepción de frivolidad. La vida es ingrata: lo que hace sesenta años pudo quedar en confidencia, hoy circula profusamente en redes y titulares por el mundo. Su poema-respuesta, intenta iluminar el hecho y la verdad no es malo, aunque tampoco llega a la excelsitud de Jaime Sabines, pero el recibo ahí está. Ese testimonio del gasto no declama, no suspira, no filosofa. Nada más muestra lo que muestra. De un lado está el magnetismo legendario marca Kennedy; del otro, la poesía como mecanismo de salvamento, modelo Petro. Es un contraste revelador: Kennedy necesitó muy poco para convertirse en mito; Petro necesita demasiado para esquivar la burla y el bullying masivo. Imaginemos por un instante el poder de seducción del mandatario estadounidense, un hombre que no necesitaba excavar en su corazón, ni cubrir con metáforas o versos sus aventuras, y que además habría sido demasiado inteligente como para usar una tarjeta de crédito, llegar a firmar un pagaré con cargo a la embajada estadounidense, o peor aún, a la Casa Blanca. Kennedy convirtió un rumor o varios rumores, en mitos envidiables y Petro tuvo que convertir un comprobante de estancia en un table dance, en literatura. Ahí radica la cruel ironía final: cuando la historia —aunque sea sólo una leyenda urbana—, empuja a algunos hacia la grandeza y a otros apenas les concede el recurso de la metáfora. Y, por supuesto, los últimos pierden. Pero este hecho me lleva a razonar que si Petro fuera mexicano y perteneciera al grupo de los hoy encumbrados, la verdad —ante el balconeo mediático—, no habría tenido necesidad de convocar a las musas. Simplemente hubiera respondido, a la manera del sublime estilo poético de Fernández Noroña: —’Sí, ¿y qué?’. Y nadie habría dicho nada, porque aquí ya nadie dice nada, ni se asombra. Incluso, más de uno, hubiese pedido la dirección del intenso Ménage Strip Club lisboeta. Cómo han cambiado los tiempos. Pobre Petro.

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