La Venus de los perversos Capítulo XX


La última centuria de la soberana

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La Venus de los perversos
Capítulo XX
Literatura
Agosto 19, 2021 11:09 hrs.
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Magda Bello. Premio Internacional de Poesía Rubén Darío 2018 › Líderes Políticos

La Venus de los perversos
Capítulo XX

La última centuria de la soberana

Por Magda Bello

Abandonado en la pequeña villa provenzal de salón, aquel anciano memoraba un pasado glorioso, deslices en sus años mozos y la catarsis de un porvenir apocalíptico.

De fugitivo pintor, helo allí, ayudante de un hábil matemático, escribano de escarlata, ocultaba bajo sus mangas, manuscritos malditos, prohibidos por la curia arzobispal. El aprendiz de Salón, como solían llamarle compasó la muerte del tirano con lanza amiga, sus fieles cercanos tallaron con plomo la punta certera.

El pueblo asombrado alabó los designios del vidente, faltaba la última Centuria, y una sóla mujer tenía la respuesta.
¿Y qué de la Venus de los perversos, encadenada en los sótanos de la Gran Ramera?, ¿Porqué ofrecen mil ducados por tal obra?, entonces respondió el anciano ¿quieres cambiar tu destino, cuando naciones te cerquen?, —Entonces—gritó «cambia de consejeros» y esa misma noche apareció la esposa del rey asesinado, cubierta en manto negro, caballo negro, escoltado apenas por dos soldados, tocó a la puerta, la madrugada de un jueves, el anciano la guió a otra puerta más pequeña, la esperaba una mujer de edad media, cabello cobrizo como el sol de la tarde, casi entrenzados. La soberana, sin titubeos preguntó el día de su propia muerte, vociferaba: "conocí la última centuria de tu maestro" — guardé para mí, el verso de la bruja, salvándose de la hoguera. ¡Oh, oráculo de mujer! muéstrame el camino de la victoria, mis enemigos ocultos, fieles traicioneros, ¿Quiénes huiran, ellos o yo?. Mujer de todos los tiempos cambia la noche de la serpiente, y llévame por la senda de la gloria" La reina salió aturdida, había respuestas, tan sólo sí, estaba dispuesta a escuchar el consejo de la mujer oculta por el aprendiz de salón.

El traficante de arte tenía razón, más no la certeza que aquel anciano fuese el autor de tal pintura. Sí, la maldición caía a diario en aquellos que la retuvieron, poseer lo sagrado en persona, era desafiar la Santa Muerte. Uno por uno fue cayendo, hasta quedar desolada la tarde. Y la peste azotó aquellos días.

El asno fuerte se recostó en los apriscos espirituales y no me atreví a preguntar su nombre, ese viejo era el guardián del evangelio de las brujas, la pitonisa que todos llamaban poeta.

Algunas cartas me cautivaron y desde mi Château dispuse regresar a Salón de Crao.
¿Quién era la niña pintada en el lienzo? ¿Los perversos mueren en el camino? ¿Qué ha sido del pintor de la obra? Quién es la soberana que salva la pitonisa, demasiado para este barón. Si las paredes hablarán, mi oído perturbado, apenas creería tal profecía.


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