La Hoguera
Emmanuel Ameth
La fiesta brava nunca tuvo la intención de ser disfrutada por los mexicanos. No sólo nunca fue sincrética sino que se impuso como una rememoración dolorosa de la conquista, exacerbando para ello la raíz ibérica en cada uno de sus gestos. Siglos después sólo los malinchistas defienden la tauromaquia pese a que siempre les fue ajena y pese a la barbarie que representa.
Fue el 24 de junio de 1526 que se organizó la primera corrida formal con motivo del regreso de Hernán Cortés, a quien los ibéricos celebraban su nuevo título nobiliario como Marqués del Valle.
De hecho, sus símbolos siempre hicieron alusión a la conquista. Pese a que el 24 de junio la festividad correspondía a San Juan Bautista, el santo venerado fue San Hipólito, a quien le corresponde el 13 de agosto, fecha en que cayó la gran Tenochtitlán a manos de españoles y tlaxcaltecas.
Y el lugar destinado no era para menos, pues se trató de las afueras de donde hoy se encuentra la catedral Metropolitana, que en ese entonces tenía dos años de albergar a su antecesora la Iglesia Mayor, pero que antes fuera el Templo Mayor.
Fue justo el regreso de Cortés al sitio que en su momento fue el más importante para la cultura Azteca, el que determinó que los conquistadores le nombraran Plazuela del Marqués.
Tres años más tarde, el 13 de agosto de 1529 se celebró la primera corrida de toros ’formal’ como parte del décimo aniversario de la caída de Tenochtitlán, por si quedaba alguna de que estaban íntimamente ligadas la tauromaquia con la figura del conquistador, a quien además diversos historiadores han referido como el primer ganadero del país.
La tauromaquia, entre otras tradiciones con mayor relevancia para los ibéricos, seguramente fue elegida por representar la victoria del hombre blanco sobre las bestias. Lo que nunca imaginaron los ibéricos es que entre esas ’bestias’, algunas se hicieron malinchistas e iban a defender esa humillación aún siglos después.
Por eso es que a diferencia de muchas otras costumbres y tradiciones, en la tauromaquia no hubo sincretismo, es decir, la asimilación de prácticas foráneas con elementos culturales propios cuya mezcla pudiera ser sujeta a una apropiación. De hecho fue todo lo contrario: marcó distancia sobre los símbolos locales al grado que con el pasar del tiempo, aún hoy en día, celebra la cultura ibérica al tiempo que minimiza otro tipo de expresiones (llevar un sombrero mexicano por ejemplo, le provocaría amplios periodos de rechiflas por parte de ’el respetable’, no así si se trata de una boina española).
ATIZOS
La práctica cobarde de la tauromaquia, esto es, llevar a un toro nervioso a un ruedo, ponerle vaselina en los ojos para que no los pueda levantar y ver a su verdugo, picarlo en el lomo con una lanza para que se desangre y debilite, clavarle banderillas que le desgarran la piel para que el dolor le impida echarse aún estando cansado, para posteriormente clavarle una espada que atraviese su corazón o sus pulmones una vez que le cueste moverse para seguir las burlas (faenas), todo esto aplaudido por enfermos que gozan de la tortura y así la ovacionan, poco tiene que ver con las primeras prácticas ceremoniales que se hacían con dicho animal.
El primer vestigio de una fiesta taurina se dio hace 3 mil 400 años en la isla de Creta. Los toros no eran sacrificados ni heridos, sino “saltados” por acróbatas, una práctica muy similar a la que hacen los forcados en Portugal actualmente, donde hace 2 siglos la reina quedó tan impactada con la crueldad que decidió no se lastimada más así a los bueyes. En Colombia tampoco se lleva a cabo esta tortura e incluso en muchas regiones de España. Es México quien acaba de incorporarse.